Por: Manuel Payares Castro
En los lejanos años de principio del siglo pasado, los pueblos de El Limón y Punta de Cartagena eran unas pequeñas aldeas aisladas entre ríos, al noroeste de los humedales de la Isla Margarita, a orillas del Caño Violo y muy cerca de las riberas del río grande de la Magdalena y del Chicagua.
Se formaron
inicialmente en la ruta de ganados que conducía de Mompox a la Sabana de
Bolívar y viceversa, vía esta que
cruzaba el Caño Violo o Limón
pasando por aquellos intrincados montes de la Isla donde habitaron antiguos indígenas Malibúes
de las tribus del cacique menor Cicuco, Guitas,
Sincaguas, Waipo, Chincaguas, en la prehistoria de nuestros orígenes, cuando
la isla virgen y libre de depredadores y de la contaminación ambiental estaba repletas de
una variedad de fauna y flora entre las que abundaban la Hicotea,
coyongos el Armadillo, el Mico,
el Pato Cucharo, la Oropéndola, la
Guacamaya, Gorriones, Venado, ponche, entre los terrestres y Cucho
o Coroncoros, entre los acuáticos. En la flora
era rica la variedad como la Árnica, el Ajenjo, el Balso,
Dividivi, Guarumo, Guayabito, camajón, cañandonga, pata gallina, anón
cienaguero, algarrobo, varasanta, entre otras,
sin descartar el arbusto de limonero
que dio su nombre al lugar.
En ese ambiente bucólico todo lo proveía la naturaleza: desde el burro para movilizarse y transportar la carga hasta la palma y bahareque, para las viviendas con piso de tierra aplanada, surtiéndose de agua de los caños, que era tratada con alumbre o sábila, surtidos de una alimentación básica de pescados y animales de monte cociéndolos con leña o carbón vegetal, alumbrándose con mechones, utilizando el mamengue y el abanico de hoja de iraca como ventilador, la tinaja, la múcura de barro, la troja, la hamaca-chinchorro y utilizando las aguas traicioneras del viejo caño para el baño en los puntos fijados por la costumbre que determinaba cada sitio para hombres o mujeres, es decir, sector arriba las mujeres y abajo en el palo prieto, los hombres.
Las comunidades eran aldeas conformadas por reducido número de habitantes humildes, honrados y laboriosos, que construían sus propias viviendas y sus elementos de agricultura y pesca, como las canoas, utilizando las maderas y recursos que el medio les proporcionaba, eran comunidades de naturaleza indómita, primaria, sin ningunas de las bondades que distinguen hoy a los pueblos prósperos.
Esa cultura que aún hoy algunos conservan hacía de sus vidas algo simple, natural, sencillamente apacible
solo interrumpido por el canto de los pájaros, el ruido del azadón, el mugido
de las vacas .- Su vocación agrícola y pesquera (cultura anfibia, agro
pesquera) era transmitida de padres a hijos como herencia; motivo de orgullo
para el nativo ser diestro en cada uno
de estos oficios, porque de su habilidad y conocimiento dependía la
productividad y por ende sus ingresos, que aunque ínfimos, le alcanzaban para
sobrevivir.-
Para la época, los nativos de nuestro medio
aprovechaban los cuerpos de aguas, como ríos y ciénagas incontaminadas, que
conforman la Depresión Momposina
para aprovechar sus riquezas ictiológicas, respetando el ciclo reproductivo de
los peces, sin recurrir a elementos no recomendables como el trasmallo ni otros
que atentan contra la especie.
Eran muy sabios para escudriñar en la inmensidad solitaria de las ciénagas escondidas: encontrar los bancos de peces que saltaban solos a la canoa, las cuevas profundas entre manglares y tarullas en las cuales se reproducían los Coroncoros, de gran poder afrodisiaco, el moncholo, el sábalo, arencas y barbulles y las playas encantadas donde lloraba el manatí de siete carnes y órganos sexuales de mujer.-
La naturaleza los había enseñado a buscar también en los viejos y profundos ríos y ciénagas los milenarios caimanes y babillas de cuatro y cinco varas de largo, que sólo eran vencidos por experimentados pescadores con la ayuda de secretos y oraciones para encontrar sus escondites y diestramente vencerlos con sus arpones de estriadas puntas y sus arcos y flechas certeras, como lo fueron por ejemplo el señor, NICANOR CANOLE CHACÓN, RAFAEL COPULILO, VENANCIO Y ELIGIO SÁENZ y muchos más que se nos escapan.-
Por eso las historias que aún se narran en noches de luna llena en
playas y ciénagas, son recuentos tradicionales sobre personajes famosos,
míticos, que con el poder de oraciones eran
capaces de sumergirse y dormir en el lecho de los ríos, para más tarde
llenar su canoa y dejar que la corriente los llevara a su destino. Porque los
caños eran pródigos, la comida abundante. No había llegado la contaminación en
forma de aceite verdusco llamado crudo o petróleo y la pesca se hacía como por
arte de magia.
En asuntos y tratamiento del suelo laboraban la tierra de manera
tradicional regidos por el principio de los cambios de la luna, que indicaba
qué tiempo era bueno o no para sembrar. Y el campesino respetaba esos
conocimientos milenarios para que su trabajo surtiera un efecto positivo en la
productividad final. Esta actividad
surtía los mercados de la región, sirviendo como despensa agropecuaria,
especialmente a Magangué. La agricultura y la pesca eran la base fundamental de sustento para el
campesino, como lo sigue siendo hoy.
Pero las necesidades de elementos básicos de subsistencia los hacía recursivos, de allí que se inspiraran para encontrar en otros oficios nuevas fuentes de ingresos, así nacen rebusques como la búsqueda o caza de iguanas, un trabajo donde la mayor herramienta la componían los perros iguaneros, porque no todo perro sirve para eso, y como dice el adagio popular, cada loro en su estaca. La caza y venta del cuero de la iguana, culebras, era un oficio que tuvo héroes propios en la población de los cuales recordamos anécdotas más reciente de los hermanos HERRERA, que cazaban unos prospectos de macharros cresta colorá, que sirvieron como símbolo o logotipo a Ecopetrol años después. También CHICO FERIA a quien Orlando Pérez, de manera despectiva le respondió a una solicitud de compra de la CODI: “Tirándote de pudiente cuando yo sé que solo eres un iguanero” olvidando que él era el mayor comercializador no solo de cueros de iguana sino de boas, a quien llamaba ofidios para darle mayor caché al negocio.
Eran muchos los cueros que en el afán del vendedor de darle la talla se rompían. Ese oficio aunque prohibido subsiste como los huevos de la iguana que son manjares deliciosos.
Otra manera del campesino generar recursos fue la fabricación de carbón vegetal, que requiere un proceso dispendioso y agotador al tener que cortar madera, apilarla y agregar tierra con pasto, echarle candela y esperar durante días y noche.
Se comercializaba
en Magangué donde era muy apetecido y a donde se residenciaron en sus cambuches
muchos paisanos.
La fabricación de CASABE, el pan de América, era una fuente de ingresos sobre todo para las mujeres de Punta de Cartagena que heredaron este oficio de nuestros ancestros aborígenes y utilizando el BURRO, el animal indispensable en las viviendas como único transporte más económico, que aunque lento las conducía al río Chicagua con bultos de maíz, arroz, hielo y demás víveres con el riesgo de quedar atollados en los barriales de los bajos peligrosos del Guamo, Millán, las Piñas, etc. Los burros cumplían una función primordial en la economía del hombre de esos años inolvidables de nuestra edad de piedra hasta que fueron desapareciendo debido primero, a que los cachacos descubrieron que su carne servía para fabricar embutidos y los maromeros lo usaron para darle comidas a los hambrientos y decrépitos leones.-
El desarrollo era
lento pero evidente y con las inundaciones periódicas llegaban también personas
con otra visión más clara del reducido
mundo regional, pero también muchas a quien las aguas turbulentas del vicio las
arrojó en nuestras playas, donde el trabajo se consideraba una virtud, la
honestidad un valor y la solidaridad entre vecinos no tenía precio pues todo se
hacía con la ayuda mutua, como una sola
familia.- Era por ejemplo la mano vuelta para realizar oficios del hogar, como
empalme y mudanzas de ranchos de paja,
donde se agrupaban hasta veinte vecinos que a pleno pulmón y sobrehumano
esfuerzo los trasladaban a sitios diferentes.
TRAS EL PROGRESO LLEGO TAMBIEN EL VICIO:
Pero no todo podía ser color de rosas con aroma de paraíso, porque la sabiduría popular nos enseña que de todos está formada la viña del Señor, de tal suerte que entre los nuevos integrantes llegados a la aldea apareció un personaje procedente del río Chicagua arriba, conocido como ANICETO, pendenciero, vicioso y ladrón de calderos. Por falta de trabajo o por pésima costumbre este sujeto era adicto a sustraer o hurtar las pertenencias ajenas fijó su objetivo en la casa de las hermanas Villalobos oriundas de Mompox, que vivían en una esquina de la plaza. Tenían estas respetables damas, mejor reputación y buena consideración en la pequeña comunidad, una Tienda surtida, la mejor del caserío. Como conocemos ya, las viviendas de la época eran todas de palma y bahareque lo que facilitaba romper las paredes de boñiga y eso fue lo que hizo nuestro malhechor ANICETO, introducirse por el pequeño hueco abierto insuficientemente lo que produjo que su cuerpo quedara apresado de manera involuntaria.-
Allí lo encontraron algunas personas que madrugaban a buscar agua al Caño, quienes avisaron al Corregidor de policía que era un funcionario rígido, autoritario y estricto cumplidor de la ley y la santa madre iglesia. Este procedió a capturarlo y como escarmiento para toda la población, decidió darle un castigo ejemplar: amarrarlo a un árbol de acacias florecida que estaba en la plaza, sacudiendo fuertemente todas sus ramas para que las hormigas bravas terminaran con el castigo al agresor. Muy a pesar que existía una cárcel o cepo para castigar a los delincuentes, la autoridad prefería el escarnio público que era una sanción directa y ejemplar al infractor y luego un trabajo social, como limpieza de zonas públicas o acarrear agua para consumo de la Escuela o Cárcel, etc. Consecuencia: ANICETO desapareció del pueblo.
Anécdotas de la época hay muchas pero algunas reflejan las pilatunas de los muchachos de la época, tal como era costumbre de Gil Blas Pastrana y sus amigos, aprovechando precisamente las endebles construcciones de ranchos de paja con paredes de latas, para absorberse de los calderos, aún calientes, la chicha recién hecha por la señora María Acuña y Bienvenida Soracá, utilizando fututos de papayos. La chicha aunque sin hielo era mejor que la gaseosa de hoy, preferida por la gente de la comunidad .- Y con la chicha también llegó el guandolo que es la misma bebida ya fermentada, aunque no fue tan prohibida como el ron ñeque que se destilaba en zacatines de contrabando en lugares escondidos de San Javier, Pan de Azúcar, Isla Grande, etc., y se distribuía en la comunidad y la región por personas que veían en este negocio un medio de ingresos, aunque fuera ilegal.-
Hoy, a pesar de la
variedad de productos y licores que se distribuyen en la zona, existen los
mismos laboratorios artesanales que elaboran este producto popular más
refinado, como el san Andrés y uno que se preparaba en el laboratorio del
fallecido Enrique Arques, con cola granulada, gotas amargas y otros aditivos.
Como el alumbrado
era con mechones que se colgaban en la puerta algunos muchachos salían con
caucheras a coger tino con las lámparas, con tan mala suerte que había casas cercadas con
palmas que caía ocasionando incendios.
Esas costumbres como muchas otras se han perdido, pero ahí seguimos, viviendo de los recuerdos, viendo madurar los limones y rogando a Dios para que no se pudran.
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